Los clásicos de un aprendiz
Los martes de tres a seis en Los Colores, tiene lugar un encuentro con la lectura, la historia y el arte. Nos ponemos de acuerdo para abordar un clásico y no es fácil. Que si Shakespeare, que si Conrad, Yourcenar o Harper Lee. Uno a uno vamos escudriñando personajes, oficios y estancias.
Claudia Restrepo Ruiz

Leer con El Aprendiz es una de las mejores experiencias que he vivido como escritora. (Foto archivo) Para más información sobre la autora haga clic en la imagen.
Nubia quiere leer a Hamlet, Álvaro La Odisea, Marta Cecilia Matar un ruiseñor y yo, El corazón es un cazador solitario. Para todos hay tiempo, hay disposición, hay entrega. Enamorarse de los clásicos es una relación de por vida. Sus personajes quedan anclados a nuestro ser y nuestra memoria con sus gestos y maneras. Scout Finch ya lee cuando entra a la escuela. Su padre nos recuerda la integridad. Marlow cabalga El Congo como Ulises su barco antisirenas.
Ángel nos propone analizar el ritmo, casi el vértigo de Stendhal mientras Sorel come páginas y escala posiciones. Leandro propone una pausa para leer un párrafo con una vegetación que le llamó la atención. Andrés toma notas que no pedimos compartir pero que sabemos llenas de magia y deslumbramiento. Ángela llega con el libro entre las manos, sudando la última frase que leyó, asombrada y alegre por ese compartir la lectura entre colegas. Nunca vamos a la par, cada quién lee a su ritmo. No hay afán, pero sí el sentido de una meta. No hay orden, podemos comenzar por el final. Italo Calvino nos sorprende con su estructura que de nuevo Ángel descose para nosotros: Lean los pares… y el invierno del viajero se hace primavera.

No queremos que nada se nos escape. Le prestamos especial atención a los comienzos, porque no es cierto que ningún buen fin tiene mal comienzo.
Un callejón trae milagros consigo y para recrearlo nos vestimos de árabes y tenemos una cena con arroz de almendras, tahine y tabule. Trasladamos el callejón a una terraza. Hablamos del destino de Hamida y lamentamos que su belleza haya sido su verdugo. Cada clásico es una revelación, un taller en sí mismo, una escuela. Todos ahondan en la naturaleza humana.
¿Cómo los escogemos? Quizás ellos nos escogen a nosotros. Y no sólo la novela es invitada. Hay espacio para la crónica, para el cuento, para la poesía. Sentimos el bálsamo de Aurelio Arturo, y las reflexiones de Una niña mala de Monserrat Ordoñez. El asombro, es innegable, inaplazable, y al final, indestructible.
Compartir los hallazgos de una lectura es como contar un encuentro con un amigo que no veíamos hace tiempo: estamos atentos a la luz, a la descripción del alba, el ocaso y el plenilunio. Desglosamos los colores, la estación, el sonido del ferrocarril. Nos preguntamos por la carpintería de cada autor, por la construcción de estructuras, por el narrador. Allanamos estancias, exprimimos miradas. Tomamos nota para no olvidar. Somos ávidos y dispuestos. Juntos somos fisgones y reveladores. No queremos que nada se nos escape. Le prestamos especial atención a los comienzos, porque no es cierto que ningún buen fin tiene mal comienzo. En la literatura, el comienzo es fundamental. De él se desprende todo lo demás. Tiene que tener la fuerza de un imperio. Y los repasamos en voz alta, para medir las palabras, la cadencia, la musicalidad. Admiramos la poesía en la prosa, porque no puede haber literatura sin poesía, sin belleza. Estamos presentes en el azar y la fortuna, en el destino y la filigrana de cada autor y su obra.
Leer para aprender a tejer nuestros escritos
Nuestras lecturas en el Grupo son para aprender a tejer los textos propios. Para soñar. Para viajar, porque la vida es un viaje y la literatura más. Estamos a bordo de un barco con Lord Jim, o cumpliendo una condena con Ulises. Singer visita a Antonapoulos y con ellos aprendemos del lenguaje de las señas.

Compartir los hallazgos de una lectura es como contar un encuentro con un amigo que no veíamos hace tiempo: estamos atentos a la luz, a la descripción del alba, el ocaso y el plenilunio. (Foto archivo)
Clásicos para entender la importancia de los detalles en la construcción de un personaje y una atmósfera. Clásicos para viajar, para detenerse, para soñar despiertos y para equilibrar nuestros deseos de aprender a escribir. Es imposible escribir bien sin leerlos. Lo que los maestros nos han dejado con el tiempo son migas de pan en el gran bosque de la literatura universal. Con detenimientos recogemos las migas y armamos una biblioteca de hallazgos, reflexiones y verdades. Estamos tras los personajes de Dostovieski o acompañando a una madre de un ladrón a reclamar su cuerpo con García Márquez.
No siempre es fácil encontrar los títulos que nos proponemos. Es entonces cuando acudimos a mercaderes de libros antiguos para saciar nuestra curiosidad. Comparamos ediciones y hemos aprendido a detectar las buenas traducciones. No profundizamos en los prólogos porque sentimos que cada obra debe defenderse por sí misma.
Leer con El Aprendiz es una de las mejores experiencias que he vivido como escritora. Los comentarios de todos nutren mi visión. Celebrar el fin de una lectura es como haber vivido otra vida. Siempre está abierta la curiosidad de qué sigue y las propuestas sobre la mesa son todas vencedoras. Lento, sin afán, descubrimos que también podemos ser lo que leemos y para ello, siempre hay que estar dispuestos.
claudiaprestrepo@gmail.com
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Publicado en la Edición 102 de EL PEQUEÑO PERIÓDICO, edición impresa.
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