Acuérdate del otro tahine
Ángel Galeano H.
Con el cuento Acuérdate del tahine, Leonardo Muñoz Urueta ganó el Concurso Nacional de Cuento convocado por el Ministerio de Educación y RCN. La premiación tuvo lugar en el marco del Hay Festival en Cartagena. Leonardo es Colaborador permanente de nuestro periódico y animador de los talleres literarios de la Fundación Arte & Ciencia, editorial que publicó hace 5 años Bajo el naranjo, su primer libro de cuentos.
Carta de presentación
Con su copete de pájaro carpintero parecía decirle adiós a la infancia. De eso hablaba aquel muchacho de 13 años y las palabras salían temblorosas de su boca. Una gama de timbres anunciaba la búsqueda de una voz con la que pudiera recibir a la adolescencia que arremetía. Era sábado en la tarde. Un rincón en la Biblioteca Pública Piloto nos servía como guarida para reunirnos en una especie de club literario, al que bautizamos con el ostentoso nombre de “Taller juvenil”. A veces llegaban hasta treinta muchachos.
El del copete estaba allí leyendo su escrito que tenía forma de carta, estilo que sigue cultivando pues se siente a gusto dirigiéndose a alguien imaginario. Es la grieta por donde desliza su tono íntimo. Y no sólo se deleitaba escribiendo cartas, sino que leía las de Rilke, las de Kafka, las de la monja portuguesa. El grupo lo escuchaba atento, porque ya desde entonces (1999) daba muestras de una magia olorosa a Caribe, fluyente como un río, ondulante y juguetona como el viento en las sabanas del Sur de Bolívar, y apetitosa como la comida ribereña. La fuerza dramática se perfilaba entre titubeos. Así atrapaba la atención del grupo que, acodado alrededor de la gran mesa salpicada de pintura, parecía hipnotizado.
Era el salón de artes plásticas en el segundo piso, donde los niños que acudían en la mañana a hacer ejercicios con crayolas, óleos y vinilos, hacía poco se habían marchado. Por el ventanal nos acompañaba un exuberante árbol de aguacate.
Una semana atrás me había entregado una carta de don Antonio Botero Palacio, escrita a mano: “le recomiendo este muchacho, se llama Leonardo y es de Magangué”. Claro que sí, siéntate. Ya su mirada fulgía de curiosidad. Ocho días después nos leía aquel ejercicio epistolar en el cual un joven reprocha al padre su desatención y lejanía. En ella hablaba de su corte de cabello como de pájaro carpintero que nos hizo sonreír. Atisbaba ya la metáfora fresca y el sentimiento hondo de la soledad y la búsqueda poética de sí mismo.
La cascada de lecturas, de inesperadas figuras y personajes fueron cayendo en aquella mesa como pequeñas joyas que chorreaban las tardes con luminosos colores. La figura de la abuela Micalea y el río se agigantaron. Las recetas del tahine, el pescado y el plátano maduro sirvieron de eje a sus cuentos. Regresó a Magangué a terminar su bachillerato y a organizar los encuentros regionales de Toma La Palabra, programa nacional timoneado desde Medellín. Ayudaba también a la divulgación de EL PEQUEÑO PERIODICO y junto con don Antonio Botero dio vida al grupo Candela Viva, que hoy todavía recuerdan muchos en aquel puerto.
Retornó a Medellín y se vinculó decididamente a la Fundación Arte & Ciencia y al periódico. Su presencia robusteció el programa Toma La Palabra, los talleres de lectura con niños y jóvenes organizados por la Fundación crecieron. Lector incansable, bebió hasta embriagarse de la obra de Meira del Mar, de quien dijo que el primer poema que escuchó de ella fue su nombre. También esculcó las profundidades de María Loynaz y Alessandro Baricco, con quien pudo conversar en una Fiesta del Libro en el Jardín Botánico. Sus cuentos asombran por la aparente ingenuidad propia de su fuerza poética y sus personajes que desbordan vida. La Fundación Arte & Ciencia editó su primer libro de cuentos, Bajo el naranjo, en 2007, para conmemorar los 25 años de EL PEQUEÑO PERIÓDICO.
Esta brevísima semblanza de nuestro compañero, complacidos al verlo con su pluma en alto vuelo. Él sabe que hay otro tahine después de cada jornada.
Publicado en la Edición impresa No. 96 de EL PEQUEÑO PERIÓDICO.
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Entrevista
Escribo para acercarme a mí mismo
¿Para qué escribes?
Escribo para darle otro sentido a mi existencia. Tal vez mi mayor ambición al momento de escribir es que puedo crear otras dimensiones con la palabra. Y sin ser tan ambicioso escribo por la sencilla razón de que esta manera puedo acercarme a los otros, a mí mismo.
¿Por qué escribes?
Escribo porque quiero sentirme doblemente vivo. La escritura me permite la posibilidad de experimentar la existencia de una manera completa, donde al sondear sobre mi propia naturaleza, encuentro respuestas a las preguntas que siempre me hecho. Todavía estoy en la búsqueda de esas respuestas
¿Piensas en alguien especial cuando escribes?
Pienso en las cosas que amo. Otras veces no tengo la certeza de si pienso en alguien.

"Bajo el naranjo", primer libro de cuentos de Leonardo J. Muñoz U., Editado por la Fundación Arte & Ciencia
¿Qué puede significar un premio por escribir un cuento?
En verdad, recibir un premio por escribir un cuento, es una alegría necesaria para un escritor que empieza su carrera. Aunque la verdad un premio no sería nada si no viniera acompañado de la alegría de los amigos, familiares.
¿Te sientes un escritor o un lector?
Me siento escritor y lector. En mi experiencia no puedo concebir la existencia de la una sin la otra.
¿Qué ha significado la publicación de tu libro Bajo el naranjo?
Un paso que da confianza, un paso que me recuerda que la mejor obra, mi mejor cuento todavía no lo he escrito.
Publicado en la Edición impresa No. 96 de EL PEQUEÑO PERIÓDICO.
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Cuento
Pebre de galápago
Leonardo Jesús Muñoz Urueta
— Hermana, ¿Qué crees que están haciendo a esta hora Nicolasa y Herminia en el cielo?
— No sé… pero mamá dijo que en el cielo pueden volar.
— ¿Será que no les harán falta sus caparazones?
— En el cielo les dan caparazones nuevos y son del color de la luna, eso dijo mamá.
— Hermana…
— Extraño a Nicolasa y a Herminia.
— Yo también, hermano. El hilo lo cruzas en el punto donde se encuentran los dos palitos de matarratón. Sí…así, pero amárralo un poco más fuerte.
— Esta cruz es para Nicolasa. ¿Te acuerdas la primera vez que la conocimos?
— Sí, fue un domingo de mayo, cuando fuimos al río con papá a pescar.
— Estaba en la orilla, parecía como si se le hubiese olvidado que debía ir a las aguas del río.
— Sí, estaba como pensando… o esperándonos. Era una cosita de nada y tenía el caparazón blando como la cáscara de un anón maduro.
— Y tú, con sólo mirarla la bautizaste con el mismo nombre de tu muñeca de trapo. Nicolasa.
— A Herminia la trajo luego mi tío Apolinar, dijo que era para que le hiciera compañía a Nicolasa. Aprieta el hilo un poco más, así.
— Hermana, ¿tú te asustaste anoche, cuando llegaron Los goleros a la casa?
— Sí… Mamá dijo que te abrazara fuerte y que nos quedáramos callados debajo de la cama. Tenía miedo de respirar.
— Hermana, ¿por qué mamá dice que esos hombres huelen a cobre?
— Por las armas. En vez de ropas están cubiertos de armas.
— Me asusté cuando escuché que uno de esos hombres le gritaba a papá.
— Tenían hambre. Escuché los pasos de papá que iba al corral y escogía a cinco gallinas, todas empezaron a cacarear.
— De las gallinas que papá agarró estaba Doris, la que ponía huevos azules.
— ¿Escuchaste cuando uno de esos hombres le preguntaba a papá su nombre y a qué se dedicaba? Mamá dijo que esos hombres tienen una lista, en donde escriben los nombres de quienes los denuncian. A esa lista la llaman lista negra. Mamá dijo que van a las casas de esas personas y las arrancan de sus familias como se arranca a la yuca de los sembrados.
— Hermana, yo escuché cuando uno de esos hombres le ordenó a mamá que cocinara en el fogón de leña. Papá sacrificó las gallinas. Más tarde esos hombres vieron a Nicolasa y a Herminia que estaban juntas, debajo de la mesa en la cocina. Fue ahí cuando uno de ellos, dijo que quería comer pebre de galápago. Mamá les rogó con lágrimas en los ojos que no las fueran a sacrificar. Pero esos hombres tienen el corazón de cobre también.
— …
— …
— … Hermana, escuchaste cuando ese hombre que tenía voz de metal, pidió un machete y desde la penumbra en el patio, llegaba el sonido seco del machete en los caparazones de Nicolasa y Herminia. Mamá dijo que le cortaron las bocas para que no mordieran y las descuartizaron. Herminia tenía cinco huevos, dijo mamá.
— Después hubo silencio. Por el olor a cebolla y a tomate, supe que mamá estaba preparando el pebre. Papá dijo que mamá casi se desmaya cuando en sus manos tenía las presas de Nicolasa y Herminia para echarlas en el agua hirviente.
— y se hizo un silencio largo, en donde se escuchaba a esos hombres que se chupaban los huesos de Nicolasa y Herminia.
— Hermano, recemos por ellas, que les calmaron el hambre a esos goleros.
— …
— …
— ¿Hermana está bien la cruz de Nicolasa?
— Sí, a Nicolasa le gustará. Entiérrala con cuidado, húndela hasta que sientas que tocas el caparazón de Nicolasa bajo la tierra.
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leonardotreintasoles@yahoo.com
Publicado en la Edición impresa No. 96 de EL PEQUEÑO PERIÓDICO.